LA TRISTE REALIDAD EN EL AÑO DE 1780
El
Presidente José García de León y Pizarro, en carta dirigida al ministro Gálvez,
se expresaba así: “Cerrados los obrajes
y separados los indios que se ocupaban de ellos, no tienen, con que pagar sus
tributos: se atrasa o no se hace la cobranza, como lo acreditan más de cien mil
pesos que se deben al Rey, de este ramo, en solo estos diez o doce últimos años”.
Huyendo
del apremio los indígenas desertan de sus pueblos, dejan a sus mujeres e hijos,
estos mueren de necesidad y se aminora o acaba una raza tan importante para el
estado. Tal era la situación, pintada desde un punto de vista netamente
oficial, y sin contar otros graves detalles, por parte de un propio servidor
del Rey de España.
Y
sobre esto llego la prohibición para la destilación y expendio por particulares
del aguardiente, y el impuesto de las alcabalas. En Quito, según se indicó, ya
se habían levantado. Pero la protesta de los pueblos de Tungurahua tuvo los
visos de franca insurrección, castigada con la crueldad característica de los
españoles.
Don
Antonio Solano de la Sala, Visitador Subdelegado, llego a Ambato en Diciembre
de 1779 hacer promulgar y cumplir el establecimiento de las alcabalas y
estancos de aguardientes. El diez de Enero de 1780 publico el bando en la
parroquia de Pelileo, pero en el mismo acto de las publicaciones se irrito el pueblo, se armaron,
especialmente las mujeres con palos y piedras y lanzándose sobre el escribano
se apoderaron del decreto y lo hicieron pedazos.
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